Mientras lees las palabras de esta página, eres consciente de que aparecen en tu conciencia presente, ¿no es así? Tal vez seas consciente también de ciertas partes de tu cuerpo. Todas estas imágenes confirman que tú eres. No puedes decir: «No soy». La experimentación de este sentido de ser es posiblemente uno de los reconocimientos más básicos que existen. Simplemente estar aquí, simplemente ser. Dondequiera que vayas, está presente esta misma sensación de ser. Independientemente de lo que sientas o pienses, este «sentido de ser» está a tu disposición y a disposición de todos.

 

Si quieres mirar más de cerca este ser, esta «cualidad-de-ser», es posible que sientas cierta incomodidad porque tu mente no es capaz de aprehender la «cualidad de ser». La persona que crees ser intentará reclamarla, pero no tiene nada que ver contigo como persona. No tiene nada que ver con estar en un estado de conciencia especial. En cuanto piensas que la tienes, se escapa (aparentemente). Es como intentar agarrar una pastilla de jabón en el agua: cuanto más lo intentes, más fracasas. Al mismo tiempo, es evidente que «ello» está aquí mismo. La «Seidad» no puede escapar, y sin embargo nunca puedes practicar «cómo simplemente ser». ¡Es imposible porque ya lo estás haciendo! Es evidente que este sentido de ser nunca está lejos, pues es testigo de tus pensamientos y emociones. De modo que debe estar «aquí» mismo. Ser es lo más que te puedes acercar, y aun así la mente no puede atraparlo. Ésta es la paradoja. ¿Cómo puede algo estar tan presente y disponible, y sin embargo ser incomprensible para la mente?

 

Tal vez verás que este ser no es algo personal, sino algo sin fronteras. ¿Dónde acaba? Nadie puede decirte dónde acaba. Si no tiene fronteras, si es ilimitado, no puede haber dos; es omniabarcante. Podríamos llamarlo unicidad porque sólo hay uno, y no puede ser dividido. Y ponemos el término Unicidad, con mayúscula, para destacar su naturaleza ilimitada: abarca todas las cosas de las que se es testigo. Aunque es indescriptible, puedes darle cualquier nombre que desees, como Conciencia, Seidad, lo Desconocido, la Fuente, Luz o Presencia. Éste es el Testigodel Advaita, el Rostro original del Zen, el Padre de la cristiandad, la Mente de Buda del Ch’an chino. Algunos lo llaman Shiva, Brahman, Nirvana, Dios o Espíritu. En este libro usamos la palabra Ser (o Seidad) porque suena neutra. Otros términos usados aquí son Unidad, Vida, Unicidad, Silencio, Espacio y Ello. Finalmente, los nombres o las descripciones que se usen no importan mucho. Sin embargo, algunos términos —especialmente los religiosos— pueden ser muy confusos, porque la mente cree que puede ponerlo en un marco específico y de ese modo asirlo. O puedes creer que sabes de qué estás hablando porque entiendes el significado de las palabras. Sin embargo, tu cerebro y tus sentidos no pueden observar esta Conciencia, más bien es Conciencia viendo Conciencia. Luz reconociendo Luz. Vida reflejando Vida. Seidad viendo Seidad. Y Seidad es todo lo que hay. No hay nada fuera de ella.

 

Cuando reconoces que eres inherentemente este Ser interminable, que tú eres este Espacio sin fronteras, la lucha por encontrar, o incluso por sentir el Ser, cesa automáticamente. ¿Dónde tendrías que ir a buscarlo si está por todas partes? Y tomando conciencia de eso, ya no tienes sensación de tener que ser diferente de lo que eres en el momento actual. También inviertes menos en culpabilidad y lamentos, y dependes menos de la esperanza o del propósito. Es el fin de la relación sujeto-objeto. Es el final de la creencia de que eres un buscador que tiene que alcanzar un estado superior.

La pérdida del condicionamiento y de las creencias permite que la vida fluya de manera natural. El sentido de actuación individual se cae. Sin embargo, las cosas (aparentemente) siguen haciéndose. Como en un río de montaña, el agua simplemente fluye. Cuando encuentra una piedra en su camino, el agua la circunda y sigue adelante. Permites que todo siga su curso, aunque no se produce ningún proceso de permitir. Podrías decir que, a nivel espiritual, ya no importa nada, y sin embargo no hay sensación de desapego o indiferencia. Simplemente queda claro que no hay nada religioso o espiritual que uno tenga que hacer para expresar el Ser, y al mismo tiempo todo es posible. Nada queda excluido. Todas las cosas (y las personas) pueden ser como son. Esto puede sonar como una libertad infinita, pero no hay persona alguna que pueda reivindicar esa libertad. Ya no hay apego a las expectativas espirituales o a los códigos morales religiosos. Cuando se ve la Unidad, todos los juegos de la mente buscadora se contemplan como asuntos marginales. Se permite que todo siga su camino, y se reconoce que esto es lo que ha venido ocurriendo en todo momento. Todas las cosas ya están siguiendo su curso.

 

Buscar la Unidad no es como un rompecabezas que tengas que resolver, en el que tomas todas las diferentes piezas y tratas de resolverlo. Es justo lo contrario. La comprensión básica es que el «tú» que necesita resolver el rompecabezas es un fantasma. Cuando se abandona la posición central del «tú», queda un «estar de acuerdo» suave, una observación líquida de lo que se presenta en la vida. Cuando reconoces tu verdadera naturaleza como Ser, cuando la Unidad es todo lo que hay, puede haber una adaptabilidad fluida porque la inversión en un plan personal se vuelve menos Importante. Cuanto más se reconoce este Ser por lo que es, más te das cuenta de lo normal que es simplemente ser. No es que tú reconozcas el Ser, no es un logro personal, no es un proceso gradual que tengas que seguir, simplemente el Ser reconoce al Ser. Para el «yo» que generalmente crees ser es imposible imaginárselo. Simplemente se trata de ser sin ningún sentido de que las cosas podrían haber sido diferentes de lo que son. Es tan simple como eso. Para eso no tienes que aquietar la mente, pues eres la quietud misma. Y esta quietud permite que surjan en ella todo tipo de ruidos, del mismo modo que el espacio permite que surjan en él todo tipo de objetos.

 

Extracto del libro «Esto Es Ello» de Jan Kersschot. (Gulaab, 2006)

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